Ríos de tinta se han derramado hablando del amor, del romanticismo y de los estados vitales que se desencadenan disfrutando o sufriendo los efectos del enamoramiento. Pero, al parecer, cupido no dispara sus flechas completamente a ciegas. Para que dos personas se enamoren hay un factor imprescindible que se debe dar entre ambos: la atracción. Siempre hemos creído que la clave era la sonrisa, los ojos, su manera de hablar o todo el conjunto completo lo que irremediablemente nos seducía de nuestra pareja. Estos factores nos predisponen al magnetismo, claro, pero diversos estudios científicos han demostrado que también el ADN nos atrae.
La investigación más reciente procede de la Universidad de Colorado, que ha revelado que las personas escogen a su cónyuge o compañero porque comparten ciertas características como la raza, el físico, la educación, las creencias… y también un material genético similar. El grupo de científicos estadounidenses que han dirigido el estudio analizaron los genomas de 825 parejas, en concreto los polimorfismos de un solo nucleótido —los elementos de la cadena genética humana que se conocen mejor— y han demostrado que la mayoría de parejas sentimentales tenían menos diferencias en su ADN, en concreto en esta variación genómica que nos hace únicos, que el de dos personas escogidas al azar.
Los mismos investigadores determinaron que la genética juega un papel tres veces más importante que la formación en la elección de una pareja y que la semejanza del ADN entre dos personas que se aman es superior a la similitud por formación académica. El sorprendente hallazgo viene a demostrar que la afinidad humana va más allá de los aspectos puramente socioculturales y sensoriales, ahondando en hipotéticos lazos internos de dimensión fisiológica. Nada más lejos de la “química” que detectamos entre algunas personas.
Otros estudios recientes han comprobado que la genética también está detrás del olor corporal y del poder de atracción que despierta entre dos personas que se aman. Así pues, tenemos mayor predilección por aquellos individuos que tienen una sección de genes en el ADN, denominado complejo principal de histocompatibilidad o MHC, encargado de regular el olor corporal, diferente al nuestro. Este fenómeno natural favorece que los seres humanos se apareen con otros con una sección MHC distinta y así se evita la temida endogamia.
Por otro lado, Neil Rish, de la Universidad de California, ha desarrollado una teoría fundamentada en los análisis de ADN según la cual la elección de la pareja viene condicionada por el árbol genealógico. Rish ha demostrado, a través de un estudio realizado en personas de América Latina, que es allí —a pesar de ser la cuna de múltiples etnias criollas— donde ha habido una mayor confluencia de africanos, europeos e indígenas americanos que eligieron compartir su vida con individuos con los cuales comparten parte de la herencia genética de sus antepasados. Así, la mayor parte de parejas analizadas, originarias de Méjico y Puerto Rico, comparten ancestros y, como las anteriores generaciones, han repetido los mismos patrones genéticos.
Aunque estos datos son solo un primer paso hacia descubrimientos más reveladores, dichas investigaciones abren la puerta a un sinfín de revelaciones sobre el comportamiento humano: desde portales de citas con test genéticos para saber qué porcentaje de compatibilidad hay con otros usuarios hasta la exploración en profundidad de las conductas de apareamiento de las personas que configuran los mecanismos por los cuales unas se sienten más atraídas por otras.
