La palabra vitamina proviene del latín, vita (vida) y del griego ammoniakós (amoníaco), con el sufijo latino ina (sustancia). A estas alturas, todo el mundo sabe que las vitaminas son sustancias imprescindibles para el funcionamiento correcto de nuestro organismo, por lo tanto, para la vida. Pero no siempre ha sido así.
Los antiguos egipcios usaban hígado (alimento rico en vitamina A) para tratar la ceguera nocturna pero no se relacionaba esta enfermedad con algún déficit alimentario. A partir del siglo XV, la proliferación de expediciones para descubrir nuevos territorios y el tráfico oceánico permitió descubrir la importancia de la vitamina C. Una de las enfermedades más comunes entre los marineros era el escorbuto. El cirujano escocés, James Lind, se dió cuenta de que los marinos pasaban largos periodos sin acceso a vegetales y frutas frescas. Después de algunos experimentos, descubrió que los limones y las limas contenían alguna sustancia que resultaba eficaz para evitar esta enfermedad particularmente mortal en aquella época.
Pero fue el bioquímico polaco, Casimir Funk, quien le puso nombre a esos componentes, hasta entonces desconocidos, tan importantes para la salud. A partir de la palabra básica, vitamina, se decidió añadir una letra del alfabeto a cada una que se descubría. La primera, la C: sirvió para prevenir el escorbuto y, con el tiempo y los avances tecnológicos, se descubrió que es esencial para la producción del colágeno, tan importante para la piel.
En esta infografía explicamos para qué sirven las vitaminas: