Envejecer es tan inevitable como difícil de aceptar. Intentar entender qué mecanismos influyen en el proceso para poder retardarlo, es una de las líneas de investigación de OneGen01 en el análisis del ADN humano en general y, en concreto, respecto a nuestra piel.
La degeneración celular está intrínsecamente ligada a la condición de ser vivo, pero con alguna excepción. Es el caso de un pequeño ser inmortal que vive en aguas dulces, La hidra. Mide solo unos pocos centímetros, tiene forma de cilindro cerrado por una extremidad y con varios tentáculos en la otra y, lo más curioso, hace más de 600 años que mantiene su estado original. 
Según los investigadores que descubrieron el fenómeno, esto ocurre gracias al gen FoxO3A. A partir de estos datos, se estudió la herencia genética de personas que habían cumplido los cien años, y allí estaba otra vez el gen. Al parecer, el código genético está escrito con un alfabeto químico que consta de cuatro letras: A (adenina), T (timina), C (citosina) y G (guanina). Resulta que cuando cierta posición del gen FOXO3A tiene la letra G en el lugar de la letra T, aumenta considerablemente la posibilidad de llegar sanos a los 90 años.
Pero en nuestra cadena de ADN existen un par de genes más, el HSPA1 y el GADD45A que resultan igualmente importantes en cuanto a longevidad celular y especialmente relacionados con la piel.
Si el FoxO3A regula el ciclo de la vida celular, estos otros genes son los responsables de la fabricación y codificación de proteínas que protegen las células de la piel ante situaciones de estrés. Observándolos, podemos saber la capacidad que tienen las células epiteliales de repararse, regenerarse y, por lo tanto, conocer su longevidad. Sólo con un estudio genético podemos saber estos y otros datos de nuestra realidad celular, única, personal e intransferible.
La genocosmética estudia los genes relacionados con la salud y calidad de la piel. En concreto, se leen partes del ADN conocidas científicamente como SNPs, variaciones dentro del ADN que nos hacen más vulnerables o más fuertes.
Desconocemos si Matusalén, que según la Biblia vivió 900 años, consiguió ese récord gracias a la genética pero ha dado nombre, en algunos círculos, al que posiblemente es uno de los genes más estudiados por los científicos. Broma a parte, es importante saber que la herencia genética representa solamente el 50% de nuestra capacidad longeva. Nuestros hábitos de vida completan la ecuación y, según los expertos, pueden ser tan importantes como los genes para determinar nuestro envejecimiento.
