Hace unos días quedé con una amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía; tal vez desde la época de la facultad. Empezamos a hablar y parecía que el tiempo no hubiese transcurrido: nos acordamos de nuestros días locos en la universidad, de los nervios ante los exámenes, de los chicos de la promoción y de las ganas que teníamos de ser adultas, tener un trabajo estable y, por supuesto, ser mamás. En este contexto, cuando surgió el tema de la maternidad me comentó que ella había tenido que recurrir a la fecundación in vitro para haber sido madre de Jordina, una preciosa niña de 4 años de edad. Durante la charla, y de manera natural, me comentó que además de hacerse un tratamiento de fertilidad al uso, los médicos tuvieron que hacer una preselección embrionaria para asegurarse de que su futura hija no iba a ser portadora de una enfermedad genética hereditaria característica en la familia de su marido.
El DGP (diagnóstico genético preimplantacional) es una técnica que empezó a aplicarse en la década de los 90 como una opción para las parejas con un alto riesgo de transmitir anomalías genéticas a sus hijos. Con ella se asegura una descendencia sana y se acaba con la transmisión de la enfermedad a las futuras generaciones.
La preselección consiste en producir varios embriones en el laboratorio por fecundación in vitro, esperar a que alcancen el desarrollo de tres días y hacerles una biopsia para valorar si tienen o no alteraciones de un gen que pudiera ser responsable de aumentar el riesgo de padecer una enfermedad considerada grave y que se quiere prevenir. Los embriones en los que se encuentra la alteración genética son destruidos y únicamente se introducen en el útero de la mujer los que no tienen dicha alteración. Esta técnica detecta posibles anomalías cromosómicas o génicas en los embriones antes de transferirlos al útero.
A partir de ahí mi amiga siguió contándome todo el proceso a través del cual se tuvo que someter tiempo atrás. A cada cosa que me explicaba me parecía fascinante, pura ciencia ficción. Saber cómo la ciencia estaba avanzando a pasos agigantados me producía escalofríos, tantos como los que me produjo el proyecto de cosmética genómica personalizada Onegen Lab cuando me lo presentaron en Prima-Derm. Nuestros genes hablan de nosotros. Y mucho.
